Cuando la jefa les dio esa tarde libre por buen comportamiento, todos los compañeros de oficina sospechaban lo que allí iba a pasar unos momentos después. La muy cerda sólo quería quedarse a solas con el director general para tirarle los trastos e intentar follárselo. Desde que se había quedado viuda estaba desatada y loca por echar un buen polvo. El solterón de la oficina era el blanco perfecto para satisfacer sus necesidades.